Cuando no había adolescencia
Por Rodrigo Tenorio Ambrossi----------------------------Psicoanalista, profesor de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador
Hasta ya entrado el presente siglo, la mayoría de las mujeres se casaban a edad muy temprana, muchas alrededor de los 15 años y pocas hacia los 18. Porque el destino vital de la mujer no era otro que casarse y tener hijos. Y cuanto antes lo hacía, mejor, porque dar hijos a la sociedad significaba una obligación-impuesta por las costumbres y también por las necesidades de un mundo en donde la mortalidad de los niños y las mujeres era sumamente alta. Las pestes diezmaban en pocos días ciudades y regiones enteras, y las guerras se encargaban de arrasar con lo poco que quedaba. En nuestro medio latinoamericano y nacional, no fueron las guerras sino fue la insalubridad crónica la encargada de matar a la población, en especial a niñas, niños y mujeres. La esperanza de vida promedio para las mujeres, al comenzar el presente siglo, apenas si llegaba a los 40 años, mientras que las tasas de mortalidad infantil bordeaban los 180 por cada mil nacidos vivos. Un cuadro espeluznante de mortalidad materno infantil, ocasionada por complicaciones del embarazo, el parto y el postparto y por enfermedades que, en la actualidad, son fácilmente tratadas. Hasta la mitad de nuestro siglo, la atención en salud apenas si cubría un mínimo porcentaje de la población nacional, mientras las mujeres indígenas y las campesinas quedaban totalmente marginadas de cualquier posibilidad de atención de salud general y, sobre todo, de la atención del embarazo y del parto.Con tan baja expectativa de vida, y con la casi seguridad de que un significativo número de niños moriría antes de cumplir los cuatro años, para las mujeres y para la misma sociedad resultaba imperativo, primero, que la mujer se casara lo más joven posible y, segundo que tuviera el mayor número de embarazos que asegurasen un mínimo crecimiento de la población.La mujer pasaba, de manera brusca, de la niñez a la vida adulta sin ninguna clase de preparación que le permitiera asumir su vida con nuevas perspectivas. Hasta 1950, el número de mujeres estudiantes fue mucho menor que el de varones: las Universidades eran prácticamente sólo para varones, y era pocas las mujeres que trabajan fuera de casa. Los ideales fundamentales se centraban en lograr el mejor partido para un matrimonio destinado a la procreación. Un matrimonio, por otra parte, armado, organizado e impuesto por la familia e incluso por extraños. La pubertad, es decir la capacidad generadora, representaba, en la práctica, la principal condición para que una mujer, casi niña, fuera destinada al matrimonio. Inclusive niñas impúberes eran dadas en matrimonio a adultos, viudos o solteros. ¿Y qué pasaba con la adolescencia? Sencillamente, no existía. En primer lugar, es preciso recordar que el concepto de adolescencia es relativamente nuevo, pues, tan sólo aparece en Europa a finales del siglo XVIII y únicamente adquiere importancia a mediados del XIX. A nuestra América llega mucho más tarde. De hecho, se empieza a hablar de adolescencia en la segunda mitad del siglo como de un proceso de verdadera importancia para la estructuración de las nuevas generaciones. Un discurso que no ha logrado imponerse de tal manera que la sociedad, el Estado, la familia y los gobiernos cambien sus modos de pensar y actuar en torno a la inmensa población de chicas y muchachos comprendidos entre los 12 y los 18 años.
Por Rodrigo Tenorio Ambrossi----------------------------Psicoanalista, profesor de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador
Hasta ya entrado el presente siglo, la mayoría de las mujeres se casaban a edad muy temprana, muchas alrededor de los 15 años y pocas hacia los 18. Porque el destino vital de la mujer no era otro que casarse y tener hijos. Y cuanto antes lo hacía, mejor, porque dar hijos a la sociedad significaba una obligación-impuesta por las costumbres y también por las necesidades de un mundo en donde la mortalidad de los niños y las mujeres era sumamente alta. Las pestes diezmaban en pocos días ciudades y regiones enteras, y las guerras se encargaban de arrasar con lo poco que quedaba. En nuestro medio latinoamericano y nacional, no fueron las guerras sino fue la insalubridad crónica la encargada de matar a la población, en especial a niñas, niños y mujeres. La esperanza de vida promedio para las mujeres, al comenzar el presente siglo, apenas si llegaba a los 40 años, mientras que las tasas de mortalidad infantil bordeaban los 180 por cada mil nacidos vivos. Un cuadro espeluznante de mortalidad materno infantil, ocasionada por complicaciones del embarazo, el parto y el postparto y por enfermedades que, en la actualidad, son fácilmente tratadas. Hasta la mitad de nuestro siglo, la atención en salud apenas si cubría un mínimo porcentaje de la población nacional, mientras las mujeres indígenas y las campesinas quedaban totalmente marginadas de cualquier posibilidad de atención de salud general y, sobre todo, de la atención del embarazo y del parto.Con tan baja expectativa de vida, y con la casi seguridad de que un significativo número de niños moriría antes de cumplir los cuatro años, para las mujeres y para la misma sociedad resultaba imperativo, primero, que la mujer se casara lo más joven posible y, segundo que tuviera el mayor número de embarazos que asegurasen un mínimo crecimiento de la población.La mujer pasaba, de manera brusca, de la niñez a la vida adulta sin ninguna clase de preparación que le permitiera asumir su vida con nuevas perspectivas. Hasta 1950, el número de mujeres estudiantes fue mucho menor que el de varones: las Universidades eran prácticamente sólo para varones, y era pocas las mujeres que trabajan fuera de casa. Los ideales fundamentales se centraban en lograr el mejor partido para un matrimonio destinado a la procreación. Un matrimonio, por otra parte, armado, organizado e impuesto por la familia e incluso por extraños. La pubertad, es decir la capacidad generadora, representaba, en la práctica, la principal condición para que una mujer, casi niña, fuera destinada al matrimonio. Inclusive niñas impúberes eran dadas en matrimonio a adultos, viudos o solteros. ¿Y qué pasaba con la adolescencia? Sencillamente, no existía. En primer lugar, es preciso recordar que el concepto de adolescencia es relativamente nuevo, pues, tan sólo aparece en Europa a finales del siglo XVIII y únicamente adquiere importancia a mediados del XIX. A nuestra América llega mucho más tarde. De hecho, se empieza a hablar de adolescencia en la segunda mitad del siglo como de un proceso de verdadera importancia para la estructuración de las nuevas generaciones. Un discurso que no ha logrado imponerse de tal manera que la sociedad, el Estado, la familia y los gobiernos cambien sus modos de pensar y actuar en torno a la inmensa población de chicas y muchachos comprendidos entre los 12 y los 18 años.
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