miércoles, 3 de octubre de 2007


¿Cuándo comienza y cuándo termina?Para entender un poco mejor la adolescencia, esa etapa en la que un terremoto parece sacudir al joven y a su familia, es importante saber que desde el comienzo hasta el final de este periodo existen distintas etapas, que se caracterizan por diferentes factores y en las que los adolescentes tiene distintos tipos de necesidades. Descubra en qué etapa se encuentra su hijo y sepa cómo ayudarlo.Existe consenso acerca del comienzo de la adolescencia según criterios biológicos, como es la menarquia o menstruación en las niñas, y las primeras emisiones nocturnas en los niños. Sin embargo, este criterio desconoce factores sicológicos, ya que existen etapas de la adolescencia como la adolescencia temprana, adolescencia y adolescencia tardía, que ayudan a entender que cada niño deberá afrontar varios cambios a través de su crecimiento hasta convertirse en un adulto.

Cuando no había adolescencia
Por Rodrigo Tenorio Ambrossi----------------------------Psicoanalista, profesor de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador
Hasta ya entrado el presente siglo, la mayoría de las mujeres se casaban a edad muy temprana, muchas alrededor de los 15 años y pocas hacia los 18. Porque el destino vital de la mujer no era otro que casarse y tener hijos. Y cuanto antes lo hacía, mejor, porque dar hijos a la sociedad significaba una obligación-impuesta por las costumbres y también por las necesidades de un mundo en donde la mortalidad de los niños y las mujeres era sumamente alta. Las pestes diezmaban en pocos días ciudades y regiones enteras, y las guerras se encargaban de arrasar con lo poco que quedaba. En nuestro medio latinoamericano y nacional, no fueron las guerras sino fue la insalubridad crónica la encargada de matar a la población, en especial a niñas, niños y mujeres. La esperanza de vida promedio para las mujeres, al comenzar el presente siglo, apenas si llegaba a los 40 años, mientras que las tasas de mortalidad infantil bordeaban los 180 por cada mil nacidos vivos. Un cuadro espeluznante de mortalidad materno infantil, ocasionada por complicaciones del embarazo, el parto y el postparto y por enfermedades que, en la actualidad, son fácilmente tratadas. Hasta la mitad de nuestro siglo, la atención en salud apenas si cubría un mínimo porcentaje de la población nacional, mientras las mujeres indígenas y las campesinas quedaban totalmente marginadas de cualquier posibilidad de atención de salud general y, sobre todo, de la atención del embarazo y del parto.Con tan baja expectativa de vida, y con la casi seguridad de que un significativo número de niños moriría antes de cumplir los cuatro años, para las mujeres y para la misma sociedad resultaba imperativo, primero, que la mujer se casara lo más joven posible y, segundo que tuviera el mayor número de embarazos que asegurasen un mínimo crecimiento de la población.La mujer pasaba, de manera brusca, de la niñez a la vida adulta sin ninguna clase de preparación que le permitiera asumir su vida con nuevas perspectivas. Hasta 1950, el número de mujeres estudiantes fue mucho menor que el de varones: las Universidades eran prácticamente sólo para varones, y era pocas las mujeres que trabajan fuera de casa. Los ideales fundamentales se centraban en lograr el mejor partido para un matrimonio destinado a la procreación. Un matrimonio, por otra parte, armado, organizado e impuesto por la familia e incluso por extraños. La pubertad, es decir la capacidad generadora, representaba, en la práctica, la principal condición para que una mujer, casi niña, fuera destinada al matrimonio. Inclusive niñas impúberes eran dadas en matrimonio a adultos, viudos o solteros. ¿Y qué pasaba con la adolescencia? Sencillamente, no existía. En primer lugar, es preciso recordar que el concepto de adolescencia es relativamente nuevo, pues, tan sólo aparece en Europa a finales del siglo XVIII y únicamente adquiere importancia a mediados del XIX. A nuestra América llega mucho más tarde. De hecho, se empieza a hablar de adolescencia en la segunda mitad del siglo como de un proceso de verdadera importancia para la estructuración de las nuevas generaciones. Un discurso que no ha logrado imponerse de tal manera que la sociedad, el Estado, la familia y los gobiernos cambien sus modos de pensar y actuar en torno a la inmensa población de chicas y muchachos comprendidos entre los 12 y los 18 años.


EL DIFÍCIL CAMINO DE LA ADOLESCENCIA
La adolescencia es una etapa en la que surgen múltiples cambios e interrogantes; entre los cuales se encuentra la necesidad de buscar un cierto nivel de independencia y autonomía con respecto principalmente a los padres. Este deseo de libertad forma parte de un proceso natural: la búsqueda de la propia identidad, la necesidad de sentirse al mando de la propia vida. Para lograrlo, necesitan probarse a sí mismos de lo que son capaces, y por ello retan a la autoridad, violan las reglas para ver qué pasa y se niegan a aceptar órdenes sin que éstas sean razonadas.
Muchos padres, al no saber cómo manejar este tipo de situaciones, toman medidas extremas: se vuelven más exigentes e inflexibles o por lo contrario se hacen demasiado condescendientes, dejando que sus hijos hagan prácticamente lo que quieran.
Ambos comportamientos extremos provocan una reacción negativa y afecta la vida del adolescente; por ello lo recomendable es lograr una buena comunicación y un lazo de amistad entre padres e hijos. Aunque los adultos y los adolescentes tienen diferentes intereses y motivaciones, distinta mentalidad es posible lograrlo basándonos en cuatro principios: AMOR, CONFIANZA, TIEMPO Y RESPETO.
Como hijos podemos contribuir a crear este vínculo pues nunca debemos olvidar que somos fruto del amor de nuestros padres y que ellos a pesar de las diferencias son las personas que más nos quieren y se preocupan por nosotros. Aunque la tarea encomendada es ciertamente difícil para ambos, no debemos desistir sin haberlo intentado. Hay que recordar que siendo jóvenes podemos enseñar mucho a los adultos y que somos capaces de poner la primera piedra y de iniciar una GRAN AMISTAD.

El fin de la adolescencia

El embarazo altera de manera significativa el proceso biológico que prepara el cuerpo para conformar una mujer con la perfección que espera y anhela dentro de su propuesta personal de belleza. De igual manera, interrumpe de forma brusca la preparación destinada a transformar ese cuerpo en el mejor lugar para el advenimiento de un niño. Pese a que sea capaz de concebir, el cuerpo de la adolescente no es aún apto para el embarazo ni para el parto que, con frecuencia, suele tornarse conflictivo. Pero, sobre todo, estos embarazos y estas maternidades rompen para siempre el proceso de la adolescencia con todo lo que ello significa en la estructuración de la mujer. La mayoría se ve obligada a abandonar los estudios para dedicarse a una maternidad prematura, ordinariamente no deseada. Las relaciones de amistad pierden sus características: no más fiestas, ni paseos, ni todo lo que antes se hacía ente amigos y amigas. Se rompe la coquetería destinada a atraer y conquistar, desaparece el interés por la policromía de la moda y lo que implica en los procesos eróticos. El mundo se achica; se reduce a la necesidad de atender un embarazo inadecuado, inoportuno y casi siempre no deseado.En todos los estratos sociales, incluso en aquéllos en los que se da una mayor tolerancia, la adolescente embarazada puede recibir maltratos de todo orden, en la familia, en el colegio y en los círculos sociales. Contra la ley, se la obliga a abandonar el colegio. La familia la encierra en la casa porque teme ser objeto de maledicencias. Se interrumpe, para siempre, la vivencia de un tiempo único e irrepetible, que no volverá jamás, porque no es posible dar marcha atrás al tiempo. Inclusive cuando una adolescente, luego de dar a luz, se integra al colegio, retoma sus amistades y actividades interrumpidas durante el embarazo, le es prácticamente imposible retomar una adolescencia que ya pasó, aunque ella tenga apenas 16 años. Su vida será de una falsa adolescente empeñada inútilmente en recuperar lo que se perdió en la historia de una maternidad prematura.La sociedad y la familia vigilan mucho a las mamás y se vuelven exigentes con ellas; llegan, incluso, a extremos de la rigurosidad porque se sienten vigilantes del bienestar de niñas y niños. "Tu vida de adolescente se acabó, dicen, tú quisiste ser mamá, tu elegiste lo que nadie te obligaba, pues bien, sólo te resta preocuparte de tu hijo y olvidarte de diversiones, amistades y compromisos". Todo esto ratifica que nunca más habrá adolescencia. Lo cual hace que la adolescente mamá se transforme en una falsa joven o en un engaño sufriente de adulta.Y el proyecto de vida se va por los suelos. Por lo menos por un tiempo considerable, quizás algunos años, la muchacha deberá dedicarse al cuidado del hijo. Los estudios, la profesión, todo aquello en lo que se habían puesto tantas ilusiones, se ha destruido. Un proyecto deshecho y las manos vacías, a la espera de que transcurra el tiempo y se presenten otras oportunidades.La oportunidad de construir una nueva relación amorosa. Los chicos ya no se fijan en una chica que tiene bebé. O inician relaciones sin compromiso alguno, para pasar el tiempo, como dicen. No faltan chicas que, en medio de estos juegos amorosos y sexuales, quedarán nuevamente embarazadas. Entonces el aborto será la solución que fue rechazada en la primera vez.


El retardo de la adultez
El doctor Gomberoff recalca que para ir pasando por estas etapas hay que, necesariamente, superar las que la preceden. Es importante que el niño viva y experimente cada una de ellas. “Si un niño antes de la adolescencia temprana no fortalece y refuerza el Yo para tener mayores capacidades adaptativas y para afrontar el mundo, lo va a pasar muy mal en la segunda etapa -la adolescencia temprana- en la cual el niño necesita separarse de los padres”.Pero el especialista asegura que “los adolescentes están más equipados psicológicamente” de lo que se cree para poder afrontar todas las crisis, “por lo tanto, el grupo de niños que tiene retardos o detención de la adolescencia son sólo una pequeña parte”. Esta patología o llamada también adolescencia retardada, se refiere a aquellos jóvenes que nunca llegan a la última etapa, a la de la adultez. Son los adolescentes eternos. Otro grupo, más pequeño aún, puede llegar a conductas extremas y peligrosas. “Estos adolescentes se quedan en los grupos de reafirmación y no pueden salir. Nunca forman relación de pareja, y muchas veces como han sido los líderes del grupo, es difícil determinar que están enfermos. Pueden llegar a ser muy violentos porque retienen a la gente con ideologías, se creen poseedores de la verdad absoluta y pueden matar a los que no están de acuerdo”.
La mayoría, sin embargo, pasa cada etapa dentro de un marco normal. “No importa el cómo ni el cuando revelarse con los padres, lo importante es revelarse”, asegura el doctor Gomberoff. Pero puede haber adolescentes que no les sea tan necesario revelarse agresivamente ante sus padres. “Hay papás que dejan crecer. La rebelión violenta se produce cuando no los dejan. No todos los adolescentes se pintan los pelos y además, el pelo se corta y crece. No hay que asustarse”. El especialista asegura que los adolescentes son mucho menos problemáticos de todo lo que se dice, y el desconocimiento e incomprensión por parte de los padres se debe a que los adultos olvidan “la tormenta emocional que significa para todos en algún momento la adolescencia. Es tan intenso lo que se vive, que con el tiempo empezamos a negar lo que ocurrió, por lo tanto, nuestros hijos llegan a ser adolescentes y no los entendemos“.Asimismo, el especialista señala que ante un hijo adolescente los padres se encuentran con el conflicto de la propia finitud, de la muerte. Como explica el doctor Gomberoff, “mientras seguimos siendo padres de hijos niños, seguimos siendo lo inmortal que nos creíamos cuando éramos adolescentes. El ver a los hijos con vello en las axilas y en los genitales, es como el primer signo de que la vida se nos va a terminar. Hay que reconocer que hay veces en que les tenemos fobia a nuestros hijos, porque nos recuerdan ciertas cosas que no nos gustan mucho”.


Existe una número muy alto de embarazos adolescentes. Las condiciones actuales de vida favorecen las tempranas relaciones sexuales de los jóvenes. No obstante, la escuela y la familia hacen muy poco por la educación sexual de los niños y adolescentes. La tónica general es el silencio o el disimulo. Ni padres ni maestros hablan sobre el tema. Los jóvenes buscan información en otras fuentes, sobre todo entre los amigos o en lecturas poco serias y nada orientadoras. Adolescentes en edad cada vez más temprana viven el drama de la maternidad no deseada, con visos de tragedia frente al escándalo de la institución educativa, el rechazo de los padres y el desprecio o la indiferencia de los demás. Sin preparación alguna para la maternidad, llegan a ella las adolescentes y esa imprevista situación desencadena una serie de frustraciones, sociales y personales. Este fascículo se centra en la problemática del embarazo adolescente, como una voz de alerta frente a su alarmante frecuencia, y con la esperanza de contribuir a una más sólida orientación educativa en los hogares y en las escuelas ante las responsabilidades de la sexualidad y de la salud reproductiva.


Las etapas de la Adolescencia
Un niño deberá cumplir 6 etapas en la adolescencia hasta convertirse en adulto: latencia, pre-adolesecencia, adolescencia precoz, adolescencia propiamente tal, adolescencia tardía y post-adolescencia. En cada uno de estos períodos, que van desde los 8 hasta los 20 años, el adolescente tiene que cumplir una serie de tareas, no comparables a las de ninguna otra época de la vida, tanto cuantitativa como cualitativamente. Son tareas que producen quiebres y duelos (crisis adolescente), que deben ser elaborados y resueltos por ellos, la mayor parte de las veces solos, a diferencia del niño que siempre está acompañado por sus padres. La adquisición de independencia, la emancipación de los padres, el ajuste heterosexual, la elección vocacional, entre otras tareas, confluyen todas hacia la integración de la personalidad adulta normal. Para la resolución de las tareas los adolescentes cuentan con un arsenal psicológico adquirido en los pocos años de vida con los que llegan a esta etapa, y para entender mejor las 6 diferentes etapas normales de la adolescencia, éstas se agrupan en adolescencia temprana, adolescencia propiamente tal y adolescencia tardía.


El riesgo de los embarazos adolescenteses mayor cuanto más tempranamentelos jóvenes hacen el amor
La adolescencia organiza la sexualidad de muchachas y varones, de conformidad con las nuevas concepciones sociales y culturales. Ya no una sexualidad destinada, de forma prioritaria, a la maternidad y la paternidad, sino a construir la masculinidad y la feminidad en un contexto de experiencias placenteras y gozosas en la relación con los otros. En la adolescencia, el ejercicio de la sexualidad de chicos y chicas también prepara para la maternidad y la paternidad. Porque en la sociedad contemporánea, el hijo y su concepción no son únicamente el producto de uniones y transformaciones biológicas sino, sobre todo, el efecto de una preparación corporal, psicológica, académica, económica y social, que comenzó en la mujer y en el varón desde el momento de su nacimiento. No basta ser púber. En el mundo contemporáneo, ya no es posible improvisar la venida de un niño. Ya no se quieren justificaciones para el nacimiento de hijos e hijas no queridos ni esperados. La adolescencia no es el tiempo para la maternidad ni la paternidad sino para su preparación Sin embargo, numerosas adolescentes quedan embarazadas y otro tanto número de chicos embarazan a sus amigas o enamoradas. En su infinita mayoría, los embarazos no deseados han llegado a constituir uno de los más graves conflictos sociales de algunos países en desarrollo. El mundo ha cambiado de manera radical. Y no es posible dar marcha atrás. Mujeres y varones hacen el amor a edades cada vez más tempranas. Y cuanto más precozmente lo hagan, mayor será el riesgo del embarazo. Hacer el amor es ir en busca de esa totalidad que se realiza en la unión entre dos. Una fusión que conduce a ambos a los espacios imaginarios en los que todo es posible. Mutua absorción en un goce presentido, imaginado y vivido sin palabras que puedan explicarlo ni justificarlo. No es para nadie más que para los dos, y permanece como una vivencia única y absolutamente personal. Pero, a esta experiencia innombrable no se halla exenta de riesgos, que son más complejos cuanta menos edad posee la pareja amorosa. Y el primero y quizás más importante riesgo es el embarazo. De hecho, gran parte de la poca información que se da a la chica en casa y en el colegio respecto a la primera regla está destinada a prevenir el embarazo. La menarquia adquiere sentido familiar y social en la medida en que avisa que una mujer es capaz de quedar embarazada. De ahí que el "cuidarse de los hombres", como suelen aconsejar las mamás a sus hijas, no significa otra cosa que un acto destinado a prevenir el embarazo prematuro, no deseado y fuera del matrimonio. Así se expresa una niña de 10 años: "A nosotras nos han dicho en la casa y en la escuela que, una vez que hay el flujo, la mujer tiene que cuidarse, no tener relaciones sexuales porque se puede embarazar".En el Ecuador, dos de cada diez chicas que hacen el amor iniciaron sus experiencias entre los 12 y 14 años. Según los adolescentes, casi siete de cada diez mujeres adolescentes hacen el amor. Y prácticamente todos, varones y mujeres adolescentes, conocen casos de chicas de su entorno que han quedado embarazadas.Algunas terminan siendo mamás, mientras otras recurren al aborto como la alternativa para solucionar un problema personal y social para el que no encuentran otra salida posible. En los sectores populares y marginales, ocho de cada diez chicas embarazadas tienen el bebé. Las dos restantes acuden al aborto. En cambio, en los estratos sociales medios altos y altos, el número de chicas que recurren al aborto es mayor porque en estos grupos la maternidad adolescente es muy mal tolerada.


Pubertad v/s Adolescencia
Desde 1904, cuando Stanley Hall definió adolescencia como un período de “tempestad y tensión”, mucho más se ha profundizado sobre los cambios psicológicos que ocurren en este período. Incluso se ha tratado de ajustar cuándo comenzaría y cuáles serían sus límites. La adolescencia también ha sido llamada pubertad, esto porque se producen modificaciones evolutivas como el aparecimiento de las características sexuales. Sin embargo, este concepto se refiere sólo al proceso de desarrollo biológico de la persona, entregando poca información sobre los cambios de comportamiento, que son influenciados por la acción de aspectos culturales, sociales y cognitivos.Según la experiencia del psiquiatra Luis Gomberoff, “en un congreso de psiquiatría infantil latinoamericano, una de las cosas más sorprendentes fue que la mayor parte de los hombres importantes que había ahí, estaban ya prolongando la adolescencia en el mundo occidental hasta los 30 años. No se sabe cuándo termina, pero se sabe cuando comienza. En la mujer coincidiría con la llegada de la primera regla o menarquia, y en el hombre con las primeras emisiones nocturnas de semen, de las cuales muchas veces el muchacho ni siquiera tiene mucha conciencia”.

Una maternidad conflictiva

El hijo forma parte fundamental de la estructura de la feminidad. Está en la vida de la mujer, desde siempre, desde que alguien le dice: has nacido mujer, eres mujer. Porque de ella se puede decir que es la que puede tener un hijo. Una capacidad que, en la práctica, puede llegar o no a transformarse en realidad, pues una mujer puede o no optar por la maternidad. Pero en sí misma lleva esa posibilidad. De hecho, todos los adelantos de la ingeniería genética se originaron en la necesidad de hallar soluciones a la infertilidad y la esterilidad: niños de probeta, banco de semen, inseminación artificial y la misma clonación. Pero la mujer se prepara para ser madre de un hijo deseado en todo el sentido de la palabra: en el tiempo que ella desea, un deseo compartido con un otro al que desea y con quien goza. Por lo mismo, un hijo producto de sus derechos, de sus ilusiones y expectativas. No un hijo impuesto ni obligado. Un hijo amado al que se le ofrece, desde antes, algo más que un nombre y un espacio físico. Según investigaciones recientes realizadas en el Ecuador, el 30% de mujeres indica que su último embarazo no fue ni deseado ni planificado. Este porcentaje se refiere a mujeres casadas o que han organizado una familia a través de unión libre consensual. Cuando se trata de adolescentes solteras, este porcentaje bordea el 100%. ¿Cómo ser mamá de una hija o hijo no deseado, no planificado y que, además, viene a alterar toda la vida? ¿Cómo no ver en esa niña un obstáculo que impide conseguir lo que se tenía planificado, el causante de haber dejado los estudios, de haber pedido amistades, de no salir a fiestas, de pasar en casa? En casos de chicas de 13 ó 14 años que se transformaron en mamás, ni siquiera hubo el tiempo para construir un proyecto de vida. Cuando esta niña mamá crece con su hijo, descubre que entre ella y el mundo que en verdad le pertenece se ha abierto una inmensa brecha que no podrá superar sino con grandes dificultades. ¿Que si amas y adoras a tu hijo? Sin duda. Y estás dispuesta a todo por él. Sin embargo, más de un día amaneces que no lo soportas un minuto más: su llanto, sus exigencias, sus malestares, los cuidados que demanda, el desorden que mete, se tornan insoportables. Hasta llegas a decir que estás harta, hasta la coronilla. ¿Que el niño no tuvo la culpa de tu situación? Claro que sí. Pero es propio de nosotros que echemos la culpa de nuestros fracasos y conflictos a la persona que tenemos a mano. Y nadie está más cerca de una mujer que su niño.De pronto, te das cuenta que, sin saber por qué, le estás regañando por todo, que lo gritas, lo insultas, le dices cosas que a ti misma te asustan. Y así pasas de la ternura sin medida, a las agresiones y violencias. Porque suele acontecer que los niños no deseados, las hijas y los hijos de adolescentes, terminan siendo agredidos y maltratados mucho más que los otros niños.

"Un niño para atrapar un hombre"

La mujeres adolescentes viven en un contexto lleno de erotismo, desinformación y presión. Hacer el amor, para ellas, no siempre responde a sus propios deseos y decisiones. Los varones se sienten con el derecho de exigirles lo que, con descaro, llaman la prueba de amor. El amor de los chicos sí es verdadero porque siempre están dispuestos a hacer el amor. En cambio el de las mujeres se mueve en la duda. Para salir de esta duda, ellas deben hacer el amor cuando él lo desea. Este es uno de los grandes engaños que sostienen las relaciones amorosas. Presionadas, obligadas y llenas de temor de perder a su chico, demasiadas adolescentes hacen el amor, sin suficiente deseo y sin protección alguna. Muchos embarazos se deben a este acto que lo único que prueba es la posición de sometimiento en la cual se encuentra la mujer. Ante el embarazo, probablemente él se dé la media vuelta y la desconozca.El amor es una conquista que, para unos, pude resultar sencilla y llana y, para otros, conflictiva, ardua e incluso peligrosa. Amar es un ejercicio que exige renunciamientos, éxitos y fracasos. Y la adolescencia es la mejor escuela de este ensayo perenne de ser amado. Desde la fantasías y los deseos, se cree haber encontrado a la mujer perfecta, al varón soñado. El amor en la adolescencia es absolutamente legítimo, quizás es más genuino y verdadero de toda la vida. Pero no siempre resulta fácil aceptar que es posible perder la relación, que ese otro elegido puede dejar de amar y fijarse en otra mujer. Los celos, los temores y las angustias invaden a la chica que, desde su desconcierto, acude a una estrategia mágica para retener a un hombre que, a lo mejor, ya se encuentra ido, al otro lado del amor. Y esta fórmula mágica se llama embarazo. Mientras el varón le exige la prueba de amor, ella pretende certificar a través del embarazo que él en verdad la ama y que, por lo mismo, no puede dejarla.Por ejemplo, una chica de 17 años quiere tener un hijo para que él se amarre a ella porque teme que él la deje. En cambio si tiene un hijo, él la va a llevar. Pero él puede decir que no, pero entonces ella (ya embarazada) recurre a los padres que exigen a la pareja que se case. Embarazo e hijo destinados a amarrar a un hombre a una relación que no se sostiene en los deseos, en las expectativas mutuas ni en las decisiones de dos. La mujer renuncia a su palabra, a la búsqueda de otras alternativas para ser amada y deseada y se va por el camino, aparentemente más fácil. En ese embarazo hay una suerte de humillación, de anonadamiento de la mujer y también del hijo.
Vale más como mamá

La posición de la mujer frente al hijo no es nada clara. La feminidad y la maternidad son realidades sumamente complejas en su estructura y en su desarrollo. La posición de la mujer frente al hijo no es la misma que la del varón. Y, a su vez, el hijo no posee la misma significación para la madre que para el padre. La mujer, desde su deseo, es madre muy tempranamente porque la familia y la sociedad la hacen así. El juego de la muñeca ejemplifica, con bastante claridad, hacia dónde se le orienta a la mujer desde muy niña. Porque la muñeca no es un tan sólo un juguete sino un objeto con el cual la niña se relaciona con los mensajes que la sociedad ha creado para ella: la maternidad, lo doméstico y sus obligaciones de esposa. Al jugar con la muñeca, la niña recrea su situación de hija, al tiempo que escenifica la posición de su propia madre. Ella es la muñeca y, al mismo tiempo, su mamá.Se puede hablar tanto a las niñas de ser mamá que, cuando llegan a la adolescencia, les entra, como dicen ellas mismas, un ansia de ser mamás que ya no pueden más. Es como si en ellas apareciese, quizás de súbito, un profundo deseo de tener un hijo que, con seguridad, determina que, más inconsciente que conscientemente, no se cuiden y queden embarazadas.Mientras el varón exige "la prueba de amor", la mujer puede certificar el amor de él mediante el hijo que recibe y da. Así demuestra su feminidad a una sociedad que privilegia la maternidad sobre todo otro deseo, valor o expectativa de la mujer. Y ésta es una posición que puede darse no sólo en la adolescente de los estratos populares, sino también en las chicas de los otros grupos sociales porque los modos de educar a las niñas, en términos generales, poseen los mismos contenidos. Lo que varían son las formas y los medios. El siguiente testimonio puede resultar atroz, pero da cuenta de esas fantasías y actuaciones en las que se ven involucradas chicas que, por sus situaciones familiares, sociales y personales, no han logrado construir un proyecto de vida que vaya más allá de lo situacional y de un futuro demasiado cercano. Parecería que el hijo en sí mismo se hubiese constituido en el proyecto de vida. "A veces lo hacemos porque queremos quedar embarazadas. Tenemos deseos de tener un hijo. Entonces hacemos todo lo posible para quedar embarazadas. Si no quedamos en la primera, hacemos hasta que quedemos".

lunes, 1 de octubre de 2007

PREGUNTAN LOS ESTUDIANTES

Recibo y respondo sus preguntas

EDUCACIÓN Y DESARROLLO


DÉCADA DE LA EDUCACIÓN PARA EL DESARROLLO SOSTENIBLE

Educación para la sostenibilidad
La importancia dada por los expertos en sostenibilidad al papel de la educación queda reflejada en el lanzamiento mismo de la Década de la Educación para el Desarrollo Sostenible o, mejor, para un futuro sostenible (2005-2014) a cuyo impulso y desarrollo esta destinada esta página web.
Como señala UNESCO (ver “enlaces” en esta misma página web): “El Decenio de las Naciones Unidas para la educación con miras al desarrollo sostenible pretende promover la educación como fundamento de una sociedad más viable para la humanidad e integrar el desarrollo sostenible en el sistema de enseñanza escolar a todos los niveles. El Decenio intensificará igualmente la cooperación internacional en favor de la elaboración y de la puesta en común de prácticas, políticas y programas innovadores de educación para el desarrollo sostenible”.
En esencia se propone impulsar una educación solidaria -superadora de la tendencia a orientar el comportamiento en función de intereses particulares a corto plazo, o de la simple costumbre- que contribuya a una correcta percepción del estado del mundo, genere actitudes y comportamientos responsables y prepare para la toma de decisiones fundamentadas (Aikenhead, 1985) dirigidas al logro de un desarrollo culturalmente plural y físicamente sostenible (Delors, 1996; Cortina et al., 1998).
Para algunos autores, estos valores solidarios y comportamientos responsables exigen superar un “posicionamiento claramente antropocéntrico que prima lo humano respecto a lo natural” en aras de un biocentrismo que “integra a lo humano, como una especie más, en el ecosistema” (García, 1999). Pensamos, no obstante, que no es necesario dejar de ser antropocéntrico, y ni siquiera profundamente egoísta -en el sentido de “egoísmo inteligente” al que se refiere Savater (1994)- para comprender la necesidad de, por ejemplo, proteger el medio y la biodiversidad: ¿quién puede seguir defendiendo la explotación insostenible del medio o los desequilibrios “Norte-Sur” cuando comprende y siente que ello pone seria y realmente en peligro la vida de sus hijos?
La educación para un futuro sostenible habría de apoyarse, cabe pensar, en lo que puede resultar razonable para la mayoría, sean sus planteamientos éticos más o menos antropocéntricos o biocéntricos. Dicho con otras palabras: no conviene buscar otra línea de demarcación que la que separa a quienes tienen o no una correcta percepción de los problemas y una buena disposición para contribuir a la necesaria toma de decisiones para su solución. Basta con ello para comprender que, por ejemplo, una adecuada educación ambiental para el desarrollo sostenible es incompatible con una publicidad agresiva que estimula un consumo poco inteligente; es incompatible con explicaciones simplistas y maniqueas de las dificultades como debidas siempre a “enemigos exteriores”; es incompatible, en particular, con el impulso de la competitividad, entendida como contienda para lograr algo contra otros que persiguen el mismo fin y cuyo futuro, en el mejor de los casos, no es tenido en cuenta, lo cual resulta claramente contradictorio con las características de un desarrollo sostenible, que ha de ser necesariamente global y abarcar la totalidad de nuestro pequeño planeta.
Frente a todo ello se precisa una educación que ayude a contemplar los problemas ambientales y del desarrollo en su globalidad (Tilbury, 1995; Luque, 1999; Duarte, 2006), teniendo en cuenta las repercusiones a corto, medio y largo plazo, tanto para una colectividad dada como para el conjunto de la humanidad y nuestro planeta (Novo, 2006a); a comprender que no es sostenible un éxito que exija el fracaso de otros; a transformar, en definitiva, la interdependencia planetaria y la mundialización en un proyecto plural, democrático y solidario (Delors, 1996). Un proyecto que oriente la actividad personal y colectiva en una perspectiva sostenible, que respete y potencie la riqueza que representa tanto la diversidad biológica como la cultural y favorezca su disfrute (Ver Biodiversidad y Diversidad cultural).
Merece la pena detenerse en especificar los cambios de actitudes y comportamientos que la educación debería promover: ¿Qué es lo que cada uno de nosotros puede hacer “para salvar la Tierra”? Las llamadas a la responsabilidad individual se multiplican, incluyendo pormenorizadas relaciones de posibles acciones concretas en los más diversos campos que podemos agrupar en:
Consumo responsable, presidido por las “3 R” (reducir, reutilizar y reciclar), que puede afectar desde la alimentación (reducir, por ejemplo, la ingesta de carne) al transporte (promover el uso de la bicicleta y del transporte público), pasando por la limpieza (evitar sustancias contaminantes), la calefacción e iluminación (sustituir las bombillas incandescentes por las de bajo consumo) o la planificación familiar, etc., etc. (Button y Friends of the Earth, 1990; Silver y Vallely, 1998; García Rodeja, 1999; Vilches y Gil, 2003).
Comercio justo, que implica comprar productos con garantía de que han sido obtenidos con procedimientos sostenibles, respetuosos con el medio y con las personas.
Activismo ciudadano ilustrado, lo que exige romper con el descrédito de “la política”, actitud que promueven quienes desean hacer su política sin intervención ni control de la ciudadanía.
En ocasiones surgen dudas acerca de la efectividad que pueden tener los comportamientos individuales, los pequeños cambios en nuestras costumbres, en nuestros estilos de vida, que la educación puede favorecer: Los problemas de agotamiento de los recursos energéticos y de degradación del medio –se afirma, por ejemplo- son debidos, fundamentalmente, a las grandes industrias; lo que cada uno de nosotros puede hacer al respecto es, comparativamente, insignificante. Pero resulta fácil mostrar (bastan cálculos muy sencillos) que si bien esos “pequeños cambios” suponen, en verdad, un ahorro energético per cápita muy pequeño, al multiplicarlo por los muchos millones de personas que en el mundo pueden realizar dicho ahorro, éste llega a representar cantidades ingentes de energía, con su consiguiente reducción de la contaminación ambiental (Furió et al., 2005).
El futuro va a depender en gran medida del modelo de vida que sigamos y, aunque éste a menudo nos lo tratan de imponer, no hay que menospreciar la capacidad que tenemos los consumidores para modificarlo (Comín y Font, 1999). La propia Agenda 21 indica que la participación de la sociedad civil es un elemento imprescindible para avanzar hacia la sostenibilidad. Aunque no se debe ocultar, para ir más allá de proclamas puramente verbales, la dificultad de desarrollo de las ideas antes mencionadas, ya que comportan cambios profundos en la economía mundial y en las formas de vida personales. Por ejemplo, el descenso del consumo provoca recesión y caída del empleo. ¿Cómo eludir estos efectos indeseados? ¿Qué cambiar del sistema y cómo se podría hacer, al menos teóricamente, para avanzar hacia una sociedad sostenible?
Se precisa, por tanto, un esfuerzo sistemático por incorporar la educación para la sostenibilidad como un objetivo clave en la formación de los futuros ciudadanos y ciudadanas (Novo, 2006a). Un esfuerzo de actuación que debe tener en cuenta que cualquier intento de hacer frente a los problemas de nuestra supervivencia como especie ha de contemplar el conjunto de problemas y desafíos que conforman la situación de emergencia planetaria. Ése es precisamente uno de los retos fundamentales que se nos presentan, el carácter sistémico de problemas y soluciones: la estrecha vinculación de los problemas, que se refuerzan mutuamente y han adquirido un carácter global, exige un tratamiento igualmente global de las soluciones. Dicho con otras palabras: ninguna acción aislada puede ser efectiva, precisamos un entramado de medidas que se apoyen mutuamente.
Se requieren acciones educativas que transformen nuestras concepciones, nuestros hábitos, nuestras perspectivas... que nos orienten en las acciones a llevar a cabo, en las formas de participación social, en las políticas medioambientales para avanzar hacia una mayor eficiencia, hacia una sociedad sostenible... acciones fundamentadas, lo que requiere estudios científicos que nos permitan lograr una correcta comprensión de la situación y concebir medidas adecuadas.
Es preciso insistir en que las acciones en las que podemos implicarnos no tienen por qué limitarse al ámbito “individual”: han de extenderse al campo profesional (que puede exigir la toma de decisiones) y al socio-político, oponiéndose a los comportamientos depredadores o contaminantes (como está haciendo con éxito un número creciente de vecinos que denuncian casos flagrantes de contaminación acústica) o apoyando, a través de ONGs, partidos políticos, etc., aquello que contribuya a la solidaridad, a la construcción de una cultura de paz y la defensa del medio.
Y es preciso, también, que las acciones individuales y colectivas eviten los planteamientos parciales, centrados exclusivamente en cuestiones ambientales físicas (contaminación, pérdida de recursos…) y se extiendan a otros aspectos íntimamente relacionados, como el de los graves desequilibrios existentes entre distintos grupos humanos o los conflictos étnicos y culturales (campaña pro cesión del 0.7 del presupuesto, institucional y personal, para ayuda a los países en desarrollo, defensa de la pluralidad cultural, etc.). En definitiva, es preciso reivindicar de las instituciones ciudadanas que nos representan (ayuntamientos, asociaciones, parlamento…) que contemplen los problemas locales en la perspectiva general de la situación del mundo y que adopten medidas al respecto, como está ocurriendo ya, por ejemplo, con el movimiento de “ciudades por la sostenibilidad”. Como afirman González y de Alba (1994), “el lema de los ecologistas alemanes ‘pensar globalmente, pero actuar localmente’ a lo largo del tiempo ha mostrado su validez, pero también su limitación: ahora se sabe que también hay que actuar globalmente”. También Novo (2006b) insiste en el carácter transnacional de la problemática ambiental contemporánea y en la necesidad, por tanto, de análisis y medidas "glocales" (a la vez globales y locales) para hacer frente a dicha problemática. Ello nos remite a las medidas políticas, que junto a las educativas y tecnológicas resultan imprescindibles para sentar las bases de un futuro sostenible. (ver Gobernanza universal).
Referencias en este resumen
AIKENHEAD, G. S. (1985). Collective decision making in the social context of science. Science Education, 69(4), 453-475. BUTTON, J. and FRIENDS OF THE EARTH (1990) ¡Háztelo Verde! Barcelona: Integral. COMÍN, P. y FONT, B. (1999). Consumo sostenible, Barcelona: Icaria. CORTINA, A. et al. (1998). Educar en la justicia. Valencia: Generalitat Valenciana. DELORS, J. (Coord.) (1996). La educación encierra un tesoro. Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI. Madrid: Santillana. Ediciones UNESCO. DUARTE, C. (Coord.) (2006). Cambio Global. Impacto de la actividad humana sobre el sistema Tierra. CSIC. FURIÓ, C., CARRASCOSA, J., GIL-PÉREZ, D. y VILCHES, A. (2005). ¿Qué problemas plantean la obtención y el consumo de recursos energéticos? En: Gil- Pérez et al. (Eds.). ¿Cómo promover el interés por la cultura científica? Una propuesta didáctica fundamentada para la educación científica de jóvenes de 15 a 18 años. Santiago de Chile: UNESCO. GARCÍA, J. E. (1999). Una hipótesis de progresión sobre los modelos de desarrollo en Educación Ambiental, Investigación en la Escuela, 37, 15-32. GARCÍA RODEJA I. (1999). El sistema Tierra y el efecto invernadero, Alambique, 20, 75-84. GONZÁLEZ, E. y DE ALBA, A. (1994). Hacia unas bases teóricas de la Educación Ambiental. Enseñanza de las Ciencias, 12(1), 66-71. LUQUE, A. (1999). Educar globalmente para cambiar el futuro. Algunas propuestas para el centro y el aula. Investigación en la Escuela, 37, 33-45 NOVO, M. (2006a). El desarrollo sostenible. Su dimensión ambiental y educativa. Madrid: UNESCO-Pearson.NOVO, M. (2006b). El desarrollo local en la sociedad global: Hacia un modelo "glocal" sistémico y sostenible. En MURGA MENOYO, M. A. (Coordinadora). Desarrollo local y Agenda 21. Madrid: UNESCO-Pearson.SAVATER, F. (1994). Biología y ética del amor propio. En Nadal, J. (Ed), El mundo que viene. Madrid: Alianza. SILVER, D. y VALLELY, B. (1998). Lo que Tú Puedes Hacer para Salvar la Tierra. Salamanca: Lóguez. TILBURY, D. (1995). Environmental education for sustainability: defining de new focus of environmental education in the 1990s. Environmental Education Research, 1(2), 195-212. VILCHES, A. y GIL-PÉREZ, D. (2003). Construyamos un futuro sostenible. Diálogos de supervivencia. Madrid: Cambridge University Press. Capítulo 13.
Cita recomendada
VILCHES, A., GIL PÉREZ, D., TOSCANO, J.C. y MACÍAS, O. (2006). «Educación para la sostenibilidad» [artículo en línea]. OEI. [Fecha de consulta: dd/mm/aa].