sábado, 31 de enero de 2009

Los educadores y su aceptación de la Teoría de H. Gardner


Gardner ha declarado que cuando formuló por primera vez la teoría de las inteligencias múltiples, en el año 1983, encontró poca acogida entre sus compañeros de profesión: “Mi teoría gustó a unos cuantos psicólogos, desagradó a unos pocos más y la mayoría la ignoró” (1995: 14). Un rasgo llamativo de esta situación es que cuando ya se encontraba convencido de que su proposición estaba condenada al olvido, como tantas otras en la historia de la disciplina, inesperadamente comenzó a recibir una gran atención de los educadores: “Existía otro público con un auténtico interés por mis ideas: el público de los profesionales de la educación” (1995: 15).
Este episodio no es meramente anecdótico. Detrás de este hecho late una cuestión de carácter epistemológico que merece un comentario. La teoría no recibió en ningún momento una aprobación al interior de la disciplina en que se originó, ya sabemos que los miembros del ámbito la ignoraron. Ni siquiera fue debatida en forma amplia y rigurosa. Sin embargo, despertó un interés positivo en otro ámbito, y rápidamente comenzó a ser consumida y aplicada, lo que derivó en la aparición de nuevas prácticas pedagógicas e institucionales.
En términos simples, una teoría no consensuada en su disciplina de origen, es acogida en un sector profesional diferente, pasando a servir de fundamento para nuevas prácticas que revierten en modificaciones del propio perfil profesional. La teoría se legitima a través de la apropiación y del uso, y no mediante algún modelo de verificación científica. Se convierte en un hecho social con independencia de su exactitud científica. El mismo Gardner se ha anticipado a señalar muchas dudas sobre su teoría, así como algunas tareas científicas pendientes. Adicionalmente, es llamativo advertir que el mismo autor jamás consideró seriamente la posibilidad de que sus ideas impresionaran a los educadores: “Pensaba sobre todo en una contribución a mi propia disciplina de la psicología del desarrollo y, de manera más general, a las ciencias cognitivas y conductuales. Deseaba ampliar las nociones de inteligencia hasta incluir no sólo los resultados de las pruebas escritas sino también los descubrimientos acerca del cerebro y de la sensibilidad a las diversas culturas humanas. Aunque analicé las implicaciones educativas de la teoría en los capítulos finales del libro, mi enfoque no se dirigía al salón de clases” (1994: 9).
Estamos en presencia de un hecho social que ocurre a partir de una elección y se sostiene institucionalmente. En caso de que en un futuro próximo, surgiera evidencia razonable para dudar de los fundamentos sobre los que se construye esta teoría, eso no provocaría obligatoriamente una revisión de las prácticas pedagógicas ya instaladas.
El hecho es que la teoría recibió el respaldo de un sector profesional, con independencia de su carácter de formulación comprobada y aprobada. En ese carácter está ayudando a repensar viejos asuntos con una nueva mirada, y estimulando cambios significativos en un ámbito de crucial importancia para la sociedad, que deben ser juzgados conforme a la idea de sociedad que queremos lograr.
Otro punto interesante, es el uso del concepto de inteligencia para referirse a una amplia variedad de capacidades humanas. Desde luego nadie deja de reconocer la existencia de la creatividad en la música o en la plástica, las sorprendentes habilidades del cuerpo, el liderazgo o el trabajo en equipo, pero agrupar todo esto bajo la misma categoría es una decisión polémica. Preferentemente el concepto de inteligencia se ha reservado para cuestiones asociadas al lenguaje y los números. Otras capacidades humanas han sido nombradas como talento, habilidad, competencia, destreza o ingenio, entre otras expresiones, pero en ningún caso como inteligencia. Para Gardner el prerrequisito necesario de una teoría de la inteligencia, precisamente, es que abarque una gama razonablemente amplia y completa de las capacidades humanas presentes en distintas culturas.
Cada inteligencia expresa una capacidad que opera de acuerdo con sus propios procedimientos, sistemas y reglas, y tiene sus propias bases biológicas. Desde el punto de vista teórico, este es el referente clave para resolver sobre el estatus de inteligencia de una capacidad humana. En síntesis, inteligencia es un vocablo útil para designar una experiencia o un fenómeno, en ningún caso es una entidad tangible y mensurable. Surge como una opción conceptual. En el contexto de la interminable polémica sobre la naturaleza humana y la educación, siempre habrá espacio para nuevas propuestas, y lo que se postula con unos fundamentos podrá cuestionarse con otros igualmente legítimos. Lo central está aquí en la opción de elevar a la categoría de inteligencia un conjunto variado de capacidades. Inicialmente, Gardner contempló la posibilidad de hablar de facultades humanas, e incluso utilizar términos como dotes, talentos o habilidades. Finalmente, dice el autor, “opté por dar el atrevido paso de apropiarme de una palabra de la psicología y emplearla de nuevas maneras: naturalmente, esa palabra era inteligencia” (2001: 44).
Es innecesario insistir en que esta palabra nombra una característica positiva, y como pocas altamente valorada por muchas culturas. Con ello se ha establecido un principio de igualdad, que tiene como base el reconocimiento y aceptación de la diversidad. La teoría de las inteligencias múltiples no se relaciona exclusivamente con razonamientos, evidencias científicas, acopio de datos y reflexiones, también compromete valores. En particular, se encuentra en ella una concepción elevada de la diversidad humana.

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